miércoles, 25 de septiembre de 2019

Ana María de Franceschi ya no vive aquí.

El patriarca de los Franceschi tenía un puesto de tiro al blanco pegado a la parte derecha de Arte y Oficios, cuando la Feria de Ramos se instalaba entre los dos institutos. Lo tenía lleno de cuadros al óleo pintados por él mismo. Yo, en aquel tiempo, iba a Artes y Oficios a pintar y dibujar. Y cada vez que terminaba un cuadro me paraba en el puesto de Franceschi para enseñárselo. El hombre delgado, de pelo y bigote blanco, lo miraba durante un minuto o dos en silencio para luego decirme los fallos que veía. Siempre constructivos e insignificantes. Él llevaba toda la vida pintando y sabía mucho de colores y pinceles. Vas a ser un gran pintor, siempre me decía. A mi me gustaba pararme allí, porque aparte de él, estaba su hija Ana María, una chica mona, bajita, que a mí me hacía mucha gracia por la forma de tratarme. Me sentía importante con ella, que no me llevaba más de dos o tres años. Aquella menudita chica llevaba la vida dentro, era como una maquina de hablar. Pero no incoherencia dignas de su edad, no, todo lo contrario, era muy coherente con sus ideas. Para mí era la chica diferente de las muchas que conocía, por eso esperaba con impaciencia terminar un cuadro para enseñárselo a su padre y que estuviera ella. Esa situación duró tres años. Dejamos de vernos cuando la feria se fue de los institutos, y nos reencontramos cuando empezaron a ponerla en la Plaza España en Navidad. Allí retomamos la amistad de juventud hasta hoy, que me he enterado que ha cambiado de dirección. Siempre he pensado que Ana María tendría que haber sido política o haber dirigido alguna de esas asociaciones en pro de la libertad y los derechos humanos, antes que ferianta. He conocido pocas personas tan involucradas con lo que les rodea como Ana María. Siempre tenía un argumento, una propuesta, una solución para el momento. Nunca olvidaré las largas conversaciones sobre política y cine que teníamos en la Plaza España junto a su puesto de castañas. Ni tampoco a su padre y a lle mirando circunspectos mis obras.  Ana María se ha llevado un trocito de mi juventud que siempre recordaré. 


jueves, 19 de septiembre de 2019

La moral indestructible de los de derechas.

Siempre he creído que los de derechas son personas negociantes, interesadas y que lo tienen muy claro (no hablo del obrero puro, duro y tonto que vota a la derecha). Por ejemplo, si estuvieran en lugar del señor Sánchez e Iglesias ya habrían llegado a un acuerdo hasta en los sobresueldos. Porque ellos son así: van a lo suyo y los demás les importan un huevo. Y eso, según como se mire, es admirable. Por eso suelen conseguir lo que quieren. Si basta ver a los mafiosos Pujol o los pisos buitres de la señora Botella, para darse cuenta de lo unidos que están. Son gente que se ayuda y no les importa que uno sea un torturador, un ladrón o de la familia Franco, da igual, si es de derechas se le ayuda. En cambio, los de izquierdas son diferentes, se pelean entre ellos sin importarles perder. ¡Hasta la guerra civil perdieron por desorganización y desentendimiento! Y lo que está claro es que hemos aprendido poco. ¿Pero por qué uno es de derechas? Quitando a los obreros tontos o pelotas que los votan y a los que son por tradición y poca personalidad, ser de derechas es para flipar. ¿Por que? Prácticamente casi todo el mundo está en su contra, sobre todo los artistas. Por eso ellos pasan del arte en general porque saben que no son de los suyos. No les interesa la Cultura porque hace pensar y eso no es bueno para la derecha. Ellos quieren pueblos ignorantes como los que dirigió durante cuarenta años Paquito. Pero echemos un vistazo a la historia que está ahí. La mayoría de las películas buenas son de izquierdas, la mayoría de los artistas plásticos son de izquierdas, la mayoría de los escritores son de izquierdas, la mayoría de los intelectuales son de izquierdas, la mayoría de los grandes hombres y mujeres del mundo son de izquierdas, ¿sigo? A una persona normal y corriente eso le influiría de manera drástica y le haría pensar, hasta podría avergonzarse votar a la derecha, pero no a uno/a de derechas, que se la trae floja. PP es el partido más corrupto de la historia de España, pero sus militantes van con la cara bien alta y siguen luchando por su partido. Y para rizar el rizo se entienden con VOX con dos cojones. Me quito el sombrero, así se puede ganar todo, como están demostrando. En cambio los de izquierdas siguen sin ponerse de acuerdo aunque gane la derecha o la ultraderecha, como guste más. Lo importante para la izquierda es el pueblo, el bienestar de los españoles. Para la derecha es un negocio, nada personal.



domingo, 8 de septiembre de 2019

El único e irrepetible Camilo Sesto..

En la época que conocí a Camilo Sesto vivíamos en Madrid, en la plaza del Mercado de San Miguel, cuando aún no se había hecho la transformación de ahora. En la misma plaza vivía un músico en un sótano (en Madrid es muy habitual vivir en sótanos de edificios) del edificio pegado al nuestro. Su casa era un estudio de música y conocía mucho a Camilo. Un día, tomando unas cervezas en el bar de encima de su casa, me dijo que Camilo quería producir algo de teatro. Enseguida le ofrecí Esta noche hay que matar a Franco, que no hacía ni un mes la había editado una editorial valenciana. Al cabo de una semana volví a tomar una cerveza con el músico, que se llamaba Julián. Me dijo que a Camilo le había encantado la función y que quería hablar conmigo. Nos invitaba a cenar al día siguiente. Y así lo hicimos. Camilio vivía en una urbanización de lujo a unos veinte kilómetros de Madrid (no recuerdo ni el nombre de la urbanización ni la zona). Nos recibió un chico guapo, de unos treinta años que perdía aceite por todo. Nos hizo pasar a un salón que era más grande que mi casa entera. Allí nos esperaba otro chico guapo, que por lo visto era familiar de Camilo. También perdía aceite. Nos sirvieron una copa de vino blanco y a los diez minutos apareció Camilo Sesto en persona. Vestía pantalón y túnica blancos. Era una especie de mujer que interpretaba el papel de hombre, más o menos. Simpático, agradable, educado, tuvo la delicadeza de enseñarme su dormitorio, un espacio de unos veinte metros cuadrados lleno de espejos, inclusive el techo. Era impresionante. En mi vida había visto nada parecido. La puerta del baño también era un espejo. Luego volvimos al salón donde ya estaba la comida encima de una gran mesa de cristal. Era una bandeja de marisco frío y nada más. A mí y a Julián nos encantaba el marisco y nos pusimos morados. Durante toda la cena Camilo no dejo de hablar de él mismo, de sus éxitos en el mundo, sus discos, sus fans, y así más de una hora, Los dos chicos, que no sabían comer marisco, prácticamente no abrieron la boca. Luego pasamos de nuevo al salón y nos hizo sentar en el sofá, delante de un enorme televisor y un equipo de música impresionante, con dos bafles más altos que una mesa normal. Y allí ocurrió algo que nunca olvidaré en mi vida. Algo que supongo que pocas personas pueden decir que lo han vivido. No sé si fue porque yo era un tipo atractivo y me quería follar, o porque era director de cine y teatro, no lo sé, pero fue alucinante. Puso el aparato de música en marcha y empezó a oírse Jesucristo Superstar a todo volumen. Y, de repente, empezó a cantar. Creí que se rompería todo lo que fuera cristal, pero no fue así. Sentado en el sofá con Julián, me trague todo el musical entero de Jesucristo Superstar, oyendo cantar en vivo y en directo a Camilo Sexto. No era play back, era su auténtica voz. Los demás cantantes estaban grabados. Increíble. Después de casi dos horas al borde de la locura, terminó el espectáculo y aplaudimos. Volvió el silencio y dijo Camilo sentándose en su sofá como si nada hubiera ocurrido: “A ver, cuéntame cómo quiere montar tu maravillosa obra de teatro, Martín.” Le conté lo que pude y como pude. Me contesto: “Lo daré a mis asesores para que estudien tu propuesta y llamaré a Julián.” Se levantó y se despidió de nosotros, que volvimos a Madrid en silencio sin creernos lo que nos había pasado. A Julián nunca más le llamó, al menos que yo sepa, el asunto se fue olvidando como tantas y tantas cosas se olvidan en Madrid del espectáculo. A pesar de todo tengo un buen recuerdo de él, se portó como un señor y un inconmensurable cantante. 



martes, 3 de septiembre de 2019

LOS TONTOS DE SIEMPRE

Muchas veces he repetido lo que dijo Orson Wells de que el setenta por ciento de la humanidad era figuración (para los no iniciados: tontos). En mis años vividos he comprobado que se quedó corto. Y basta entrar en Facebook (la hoguera de las vanidades) para comprobarlo. Cada día suelo entrar en la plataforma y me sorprenden las mentiras que se dicen. Pero más me sorprende que haya burros y burras que se las crean. Esto viene a cuento con lo que ha salido de Amancio Ortega, Risto Mejide y otros famosos, que por lo visto ganan dinero a espuertas con el Bitcoin. Yo he leído estas noticias y me he quedado ingual porque no soy muy inteligente, pero no tonto. En cambio miles de personas que ven estas noticias corren a invertir para hacerse millonarios. Hay que ser retrasado/a para creerselo. Y el chiste es que luego salen en la televisión lamentándose que les han estafado. No me dan nada de lástima está gente porque ellos son los únicos que tiene la culpa. Los estafadores son delincuentes, se merecen la cárcel y pagar multas, pero no son culpables de que los tontos les crean. ¿Por qué yo no invertí dinero para hacerme millonario? ¿Hay alguien con el cerebro tan pequeño que cree en estas pratañas? Sí, miles.