miércoles, 8 de septiembre de 2021

Patxi ya no vive aquí.

Patxi Echevarría era mi primo del alma, aunque no tuvimos relaciones en los últimos 30 años. Era un primo especial, distinto, con un encanto y una naturalidad que más de uno quisiera tener. Por eso tenía tantos amigos y lo quería tanta gente. Durante esos treinta años de distanciamiento, he coincidido con muchas personas que lo conocían, y, ni una, me ha hablado mal de él. Todo lo contrario. Y eso, en la vida, es lo más importante, al menos para mí. ¿Qué significa lo que digo? Significa que era buena persona, el bien más preciado del ser humano. Lo que a mí me gustaría que dijeran de mí cuando haya cambiado de dirección. Ser bueno es un lujo con el que se nace, y no se puede comprar. Por eso es tan difícil encontrar personas como Patxi. Las personas son normales y corrientes, y muchas de ellas malas, y pasan por esta vida sin dejar huella. Patxi no. Todo el que ha conocido a mi primo nunca lo olvidará, porque él si que ha dejado huella. Además, forma parte de mi infancia junto a su hermana Pili. Los 3 recorrimos la infancia con tímidos pasos descubriendo cada día cosas nuevas, luego nos hicimos adolescentes y cogimos distintos caminos. Dicen que cuando la amistad es de verdad, puedes estar muchos años sin ver a una persona que cuando la vuelves a ver es como si hubieras estado con ella el día anterior. Y eso es lo que me ocurrió con Patxi el día que nos vimos por una herencia familiar. Tuve la sensación de que solo había habido una pausa entre los dos. Él seguía siendo el mismo niño al que mi tía Encarna obligaba a estudiar antes de ir a jugar conmigo, o el que acompañaba a su padre, mi tío Eche, junto conmigo, a la bodega Santurce a tomar unos refrescos o el que estaba en la UCI por quemaduras. Recuerdo aquella tarde como si fuera hoy. Entre con mi tía Encarna a verlo y rompí a llorar. Tiempos imborrables que quedan en nuestra retina, igual que la sonrisa franca y el eterno humor: made in Patxi, que siempre estarán ahí.