martes, 23 de agosto de 2022

Antonia Quetglas, en el primer cumpleaños en España sin cumplir años.



Este escrito no existiría si no hubiera ido al cumpleaños de mi entrañable amiga Antonia Quetglas en el restaurante Es Cruce. Huelga decir que la comida fue estupenda y la bebida más estupenda. Pero lo original del cumpleaños es cuando trajeron la tarta con 2 trozos de vela de color rojo. No eran números, eran trozos de vela. Le pregunté a Antonia el por qué no eran números como todos los cumpleaños de la gente normal y corriente. Antonia me contestó que ella no era una persona normal y corriente, que ella no celebraba años porque no tenía años. Que vivía intensamente la vida sin importarle los años. Me dejó sorprendido. Era el primer cumpleaños que me pasaba eso. Y la verdad es que solo Antonia era capaz de una semejante cosa tan inteligente. Una mujer a la que no le ha sido fácil la vida. Su  padre era un franquista fascista descafeinado y su madre, una mujer frustrada, dura y celosa que no se lo puso fácil. Menos mal que tuvo un abuelo que hizo más llevadera su adolescencia. Se llamaba Miquel y era la persona más buena que ha conocido en su vida. Su ideal de hombre. Antonia Quetglas nació en la clínica Rotger y como su padre trabajaba en el periódico Diari Balears salío en la hoja de sociedad. Pero no se crió en Palma, sino en Palma Nova, un pequeño pueblo costero de pescadores en 1964. A los 3 años pisó por primera vez un barco de pescadores y desde entonces su amor por el mar no ha cesado. Estudió en San José Obrero y fue una buen alumna, incluso ganó una beca de la que tuvo que renunciar por temas familiares. Pero se sacó el titulo de auxiliar administrativa con muy buenas calificaciones, y más tarde el de auxiliar clínico. Aunque su vocación auténtica es la de ayudar a la gente necesitada, que es a lo que se dedica ahora con todo su amor y profesionalidad. Luego vino su matrimonio con un hombre que la engañó, pero le dio unos hijos maravillosos y, en consecuencia 2 nietos. La mayor ilusión de su vida era ser madre y lo conseguió. Pero de repente el Sida le arruinó su vida. En ese tiempo su familia la rechazó, la apartó de sus vida y acabó viviendo en la calle. Allí fue donde descubrió su agudeza, su verdadera fuerza para subsistir. Allí aprendió que de todo se sale si uno quiere. Con 17 años  le hicieron tanto daño  qué se encerró 5 meses en su habitación,  leía toda la noche y salía cuando la casa estaba vacía. Todavía hoy al recordarlo se le humedecen los ojos. “Jugar con la vida de alguien como lo hizo mi marido conmigo, es como matarla. Quizá, si no hubiera sido por mis hijos no habría salido adelante. Se lo qué es creer que vas a estar contagiada de un virus qué en 1994 era mortal. El miedo te llega a las entrañas y ves tu fecha de irte de este mundo. Hasta hice planes para los que se quedaban. Pero sorpresa, durante tres años nunca di positivo. No podía creérmelo, Dios estaba conmigo, no me había abandonado. Me daba otra oportunidad y yo la aproveché.” dice Antonia, una mujer irrepetible y buena, la mejor virtud del ser humano.