domingo, 21 de junio de 2020

Las reglas son para romperlas.

He oído muchas veces decir a alguien: ¿qué quieres, yo vengo de abajo? En mi casa nunca ví una estantería llena de libros, y mi padre y mi madre, que yo sepa, leyeron muy pocos en su vida. En las casas de sus padres tampoco tenían estanterías con libros. O sea, que cuando yo era joven no tenía mucho contacto con los libros. Me hubiera encantado tener un abuelo, o mi propio padre, aficionados a leer. Qué bonito es en las historias que cuentan los libros o en las películas, cuando ves a niños corretear por bibliotecas o por salas con estanterías llenas de libros perfectamente ordenados. Yo leí mi primer libro a los veinte años (aparte los del colegio) y desde entonces no he dejado de leer. No concibo la vida sin un libro. Y mi hijo, que se crío entre estanterías con libros, tiene su cuarto lleno de estanterías con libros, valga la redundancia. Y, además, es un excelente escritor. Con este rollo patatero quiero decir que el ser humano puede cambiar su vida cuando le de la gana, aunque mejor de joven porque hay más posibilidades. Si naces en una casa que no hay ni un libro por casualidad, no quiere decir que tú nunca deberías leer un libro. Las reglas son para romperlas, solo hay que proponérselo.