15 de enero de
1976 en Palma de Mallorca
Según la solapa
de “La jungla del asfalto” de William Riley Burnet estába ensayando “El mono
piadoso” de José Rubial. Una función adelantada a su tiempo escrita por un
autor exiliado. Contaba que en EEUU cualquiera puede ser presidente. No se
equivocaba. Lo hacíamos en el primer Café.Teatro de Mallorca que yo había
creado después de terminar las representaciones de “Sabor de miel”. Cómo aún no
sabía cómo marcharme a Madrid a trabajar de actor, se me ocurrió buscar una
discoteca para hacer café teatro, que estaba de moda en Barcelona y Madrid. La
pequeña disco se llamaba Babel’s y yo la rebauticé como Café Teatro Babel’s.
Fue un auténtico éxito. Las representaciones eran los jueves, viernes y sábados
a las diez y media de la noche. En aquel antro burgués se veían muchas cosas.
Por ejemplo, al actor de moda en aquel momento, Helmut Berger (La caída de los
dioses), metiéndose mano. sin ningún tipo de prejuicio, con uno de los nietos
del millonario mallorquín que ayudó a Franco a ganar la Guerra Civil. Era un
joven atractivo y de pelo largo y negro. Educado y agradable que tuve el gusto
de conocer (fue una de las primeras víctimas del SIDA en Mallorca, aunque la
familia lo ocultó cuanto pudo. Ya se sabe cómo son los ricos: lo importante son
las apariencias). Por aquel local pasaron muchos famosos y famosas, que en
repetidas ocasiones, los camareros tenían que meterlos en el taxi borrachos o
colocados. En aquel tiempo Juan Santamaría (sería presentador en TVE del
programa 625 Lineas y se casaría con una de las hermanas Hurtado), el actor que
había compartido reparto en “Sabor a miel”, me llamó para darme la primera gran
oportunidad de mi vida profesional. La gran Nuria Nuria Sbert (la actriz y
directora de teatro más internacional de España) buscaba un actor de mis
características. Había llamado a Santamaría por teléfono para decirle que iba a
montar “Divinas palabras” de Valle Inclán en el Auditórium de Palma por ser en
aquel momento el más grande de Europa. “Le he hablado de ti y quiere hacerte
una prueba” me dijo Santamaría. Acepté y al cabo de una semana acudía a las
cuatro de la tarde al Auditórium de Palma. Tengo que aclarar que en ese momento
estaba dirigiendo con unos jóvenes actores mi primera obra de teatro escrita
por mí: “Los comediantes de la vida”. Llevábamos cerca de un mes ensayando.
Nuria Sbert no era una mujer muy atractiva pero tenía personalidad y una
especie de magnetismo que subyugaba. La prueba se hizo en la Sala Magna del
Auditórium que caben unas mil personas. Durante la prueba solo estaba ella y
Víctor García, un argentino bajito considerado uno de los mejores directores de
teatro del momento (fue una de las primera víctimas del SIDA junto a Rock
Hudson). Nuría, muy fría, me dijo lo que quería que hiciese. O sea, tenía que
revolcarme en calzoncillos por el escenario gritando como un poseso. Luego
recitar cualquier verso o escena teatral que supiera y acabar llorando. Al
final de la prueba me dijo: “El papel es tuyo, Martín.” Tenía 21 años y mi vida
habría cambiado radicalmente si hubiera dicho que sí. Era la primera
oportunidad real que tenía en mi vida, la que cualquier actor de mi edad se
hubiera vuelto loco de alegría. Aún hoy, no entiendo porque dije que no a la
Diva. “¿Esta función se llevará por todo el mundo? me atreví a preguntarle.
Asintió sin dejar de mirarme. “Es que estoy ensayando con unos amigos mi
primera obra de teatro y me sabría mal dejarlos colgados.” La Diva siguió
mirándome porque seguramente no se creía lo que estaba oyendo. “Pero no te
preocupes que yo te traigo a un actor que lo hará igual de bien que yo y no le
importará irse de gira.” “Vale.” dijo y se fue. Le llevé a un amigo que se fue
de gira con la compañía por todo el mundo y en los mejores teatros. La gira se
terminó en el Teatro Monumental de Madrid. Yo estrené mi obrita de teatro en la
Sala Mozart del Auditórium y estuvimos dos semanas con teatro lleno y buena
crítica. Después el grupo se separó y, excepto a uno de aquellos actores, no he
vuelto a tener relación con ninguno de ellos. Actualmente tengo 67 años y aún no
he descubierto porque dije que no a Nuria Sbert. Una de las respuestas que
barajo es que tengo un peculiar sentido de la lealtad y me importa casi todo un
rábano. Si hubiera dicho que sí a Nuria mi vida no tendría nada qué ver nada
con la que he vivido.

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