En muchos aspectos el mundo
del espectáculo se parece al mundo político. Y, sobre todo, se parecen los
políticos a los actores o viceversa. La mayoría de los actores en este país se
venden al mejor postor. O sea, al productor o director que les llame, sea quien
sea. Y eso les hace perder la autoestima, que es lo que les pasa también a los
políticos. La precariedad de su trabajo les obliga aceptar cosas que no les
gustan. Los actores dependen de los productores y los directores, y los
políticos dependen de los bancos, la religión y los de arriba. Sin estos condicionantes
ni actor ni político son nada. Esto viene a cuento por lo que está ocurriendo
con CUP, que ni querían hablar de Mas y que ahora ya ven la posibilidad de
nombrarlo presidente. Igual que Ciudadanos, que cuando llegue el momento
pactará hasta con el demonio, o Podemos, que pactará con PSOE, o el PP que
venderá su alma al demonio por el poder, y así sucesivamente. Es como una
carrera de obstáculos en la que vale decir todo tipo de mentiras, sin importar
para nada el pueblo, que al fin y al cabo tragará.