Este escrito no existiría si
no hubiera ido al cumpleaños de mi entrañable amiga Antonia Quetglas en el
restaurante Es Cruce. Huelga decir
que la comida fue estupenda y la bebida más estupenda. Pero lo original del
cumpleaños es cuando trajeron la tarta con 2 trozos de vela de color rojo. No
eran números, eran trozos de vela. Le pregunté a Antonia el por qué no eran
números como todos los cumpleaños de la gente normal y corriente. Antonia me
contestó que ella no era una persona normal y corriente, que ella no celebraba
años porque no tenía años. Que vivía intensamente la vida sin importarle los
años. Me dejó sorprendido. Era el primer cumpleaños que me pasaba eso. Y la
verdad es que solo Antonia era capaz de una semejante cosa tan inteligente. Una
mujer a la que no le ha sido fácil la vida. Su
padre era un franquista fascista descafeinado y su madre, una mujer frustrada,
dura y celosa que no se lo puso fácil. Menos mal que tuvo un abuelo que hizo
más llevadera su adolescencia. Se llamaba Miquel y era la persona más buena que
ha conocido en su vida. Su ideal de hombre. Antonia Quetglas nació en la clínica
Rotger y como su padre trabajaba en el periódico Diari Balears salío en la hoja de sociedad. Pero no se crió en
Palma, sino en Palma Nova, un pequeño pueblo costero de pescadores en 1964. A los 3 años pisó por
primera vez un barco de pescadores y desde entonces su amor por el mar no ha
cesado. Estudió en San José Obrero y fue una buen alumna, incluso ganó una beca
de la que tuvo que renunciar por temas familiares. Pero se sacó el titulo de
auxiliar administrativa con muy buenas calificaciones, y más tarde el de
auxiliar clínico. Aunque su vocación auténtica es la de ayudar a la gente
necesitada, que es a lo que se dedica ahora con todo su amor y profesionalidad.
Luego vino su matrimonio con un hombre que la engañó, pero le dio unos hijos
maravillosos y, en consecuencia 2 nietos. La mayor ilusión de su vida era ser
madre y lo conseguió. Pero de repente el Sida le arruinó su vida. En ese tiempo
su familia la rechazó, la apartó de sus vida y acabó viviendo en la calle. Allí
fue donde descubrió su agudeza, su verdadera fuerza para subsistir. Allí
aprendió que de todo se sale si uno quiere. Con 17 años le hicieron tanto
daño qué se encerró 5 meses en su habitación, leía toda la noche y
salía cuando la casa estaba vacía. Todavía hoy al recordarlo se le humedecen
los ojos. “Jugar con la vida de alguien como lo hizo mi marido conmigo, es
como matarla. Quizá, si no hubiera sido por mis hijos no habría salido
adelante. Se lo qué es creer que vas a estar contagiada de un virus qué en 1994
era mortal. El miedo te llega a las entrañas y ves tu fecha de irte de este
mundo. Hasta hice planes para los que se quedaban. Pero sorpresa, durante tres
años nunca di positivo. No podía creérmelo, Dios estaba conmigo, no me había
abandonado. Me daba otra oportunidad y yo la aproveché.” dice Antonia, una
mujer irrepetible y buena, la mejor virtud del ser humano.