domingo, 11 de septiembre de 2016
PODEMOS, el partido de la desesperación
El domingo, cuando fui a votar, me
encontré con un amigo de La Salle que no veía desde hace unos treinta años.
Vestía con ropa limpia aunque muy usada. Estaba delgado y se le marcaban los
huesos en la cara. La verdad es que me impresionó. Después de votar (él lo hizo
a Podemos) me dijo que si le invitaba a un café. Fuimos a un pequeño bar que
hay en 31 de diciembre. Y allí me contó su vida en la media hora que estuvimos
hablando. Tenía sesenta años como yo, vivía en una habitación por la zona de
Pedro Garau, y no tenía ni siquiera para comer. Normalmente comía en un comedor
social y se vestía en una oenegé. También iba a la Cruz Roja a pedir alimentos.
En sus buenos tiempos había (aún lo era) sido abogado y nos habíamos tomado
muchas copas en Club de Mar. Recuerdo que tenía un coche deportivo descapotable
de la marca Seat (no me acuerdo muy bien de la marca). En ese tiempo mi amigo
era un tipo prepotente y clasista, aunque conmigo siempre se portó
correctamente. Empezó de pasante en el buffet de un prestigioso abogado hasta
que montó el suyo propio. Las cosas le fueron muy bien y se casó, compró un
chalet, coches y envió a su hijo a estudiar a Australia porque tenían problemas
de drogas. Las cosas iban viento en popa e invirtió todo el dinero que tenía en
un negocio con un amigo de la infancia, que un día desapareció con todo el
dinero dejándolo en la ruina. Lo perdió todo. Tenía cincuenta años y las cosas
le fueron de mal en peor, todos sus amigos y conocidos le dieron la espalda. Ni
siquiera con su hijo tenía contacto con él. Para colmo se murió su madre que no
dejaba de hacerle préstamos. Desahuciado había acabado en un hogar social. “He
votado a Podemos por desesperación. Yo, cuando tenía dinero era de derechas, pero ahora que vivo de la caridad, soy de Podemos. Al menos hay la posibilidad de que cambie algo en este país de fachas. Feliz Navidad, Martín, y no cambies”, me dijo y se fue.
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