Arcadi es una de esos personajes que vale la pena conocer por muchas razones, entre ellas su amor al arte, el grafitero en especial, al que considera un arte con letras mayúsculas y necesitado reconocimiento, el que se merece. Nació en Badalona en 1982 y pasó su infancia y adolescencia pegado al mar, sin perderlo de vista para impregnarse de él. Su padre era arquitecto y desde joven le inculcó el gusanillo de crear cosas nuevas. Nunca le obligó a nada, pero si le allanó el camino correcto. “Yo era un joven con muchas inquietudes, con ganas de hacer cosas distintas, cosas creativas, y no se me ocurrió otra cosa que estudiar cocina. Siempre he pensado que la cocina es un auténtico arte, el arte culinario. Por eso estudié en la escuela de hostelería de Mas Nou. El arte en movimiento. Aprendí mucho, pero cuando vi que la repetición con los platos era perenne, supe que esa etapa se había acabado.” Fue entonces cuando Arcadi descubrió el Gráfiti: el arte en la calle. Le fascinó y empezó a elucubrar con las muchas posibilidades que tenía el arte callejero. “Acabé de estudiar cocina y no se me ocurrió otra cosa que meterme de lleno en una especie de asociación cultural en Badalona muy potente que había creado mi padre, pero que al final me quedé yo. Organizaba todo tipo de cosas relacionadas con el arte.” Conciertos, conciertos, exposiciones, teatro, fueron algunas cosas que organizó. “Yo vivía en una planta baja frente al mar. Era una casa que siempre estaba llena de gente con inquietudes. Pero de repente me di cuenta de que tenía que probar la libertad de la montaña, los bosques, los ríos, lo necesitaba, por eso, un día, decidí hacer el gran cambio. Vivir de lo que da la naturaleza. Cortar leña para calentarte, utilizar velas, agua de manantial, comer de los alimentos que siembras, etcétera. En definitiva, quería demostrarme que podía ser totalmente autosuficiente. Y un día lo dejé todo y cambié de chip. Sus últimos 6 años los ha pasado en las montañas de Montserrat en una pequeña casa perdida en el bosque. “Ese tiempo me ha ayudado mucho para tener muy claro lo que es el grafiti para mí, el arte callejero, el auténtico, el que forma parte de nuestras vidas y, que desgraciadamente, al estar en nuestras calles no le hacemos el caso que se merece.” Realmente en la montaña entre una absoluta vegetación fue donde se conoció a sí mismo, el que todos llevamos dentro pero que en muchos casos nunca descubrimos. Él lo descubrió. “Lo de los murales fue un proceso lento pero muy constructivo, esencial. Debido a ello cree una revista llamada In.cultura y un mi primer festival de arte urbano. Entonces tenía veintitrés años. En ese tiempo conocí a uno de los grandes artistas que influyeron en mí positivamente, Jorge Rodriguez Querada. El primero que hizo macroretratos de representación ciudadana. Muy crítico. Acabó haciendo retratos de vecinos con carboncillo. A mí eso me impresionó. Para mí, lo más interesante fue las preguntas que se planteaba la gente de la calle, las que le hacían al artista.” Dejó la montaña, e invitado por su primo Joan, se vino a vivir a Mallorca, junto al mar, igual que en su adolescencia. Aquí, frente al azul intenso, se pasa el día elucubrando sobre los gráfitis, como llevarlo a la gente, que lo conozcan, que lo vivan. Ha sido un largo camino que lo ha convertido en uno de los más importantes comisarios de arte urbano de este país. Actualmente mantiene contacto con distintas formas, asociaciones, artistas, comisarios del mundo. “No sé lo que haré mañana, pero algo diferente y creativo, referente al arte urbano, seguro. Ahora me siento capacitado para llevar el grafiti a los colegios. El gráfiti no acaba en la calle, es un abanico de posibilidades creativas.”