Hay cosas tan claras, tan
evidentes, que no entiendo como hay gente que no las ve. Por ejemplo, la
evidencia del daño físico que se hace a un toro cuando se le clavan las
banderillas, la fusta del picador (supongo que debe de tener otro nombre pero
no me importa) o la espada que se les mete hasta los huevos. De acuerdo que una
corrida de toros es muy bonita estéticamente y tiene mucho colorido (sobre todo
el color rojo). A mi padre le encantaban. De acuerdo que grandes escritores como
Hemingway y pintores como Picasso hayan escrito y pintado sobre ella. Y les ha
quedado muy cinematográfica, incluso poética. Pero eso quedaba muy bien con la
dictadura de Franco, con los puros, los pañuelos y las mantillas. Fantástico,
no hay nada qué decir. Pero ahora estamos en el siglo XXI y tenemos que estar a
la altura. Que el periodista Carlos Herrera se taurino hasta la médula, me
parece lógico, basta leer sus artículos para darse cuenta. El hombre no da para
más. Lo que si me sorprende que artistas como la copa de un pino como Sabina y
Barceló también estén de acuerdo con torturar a un animal hasta matarlo para
que una serie de señores, que se pueden permitir comprar una entrada, disfruten
de su masoquismo. Si les parece, yo propongo una cosa muy sencilla: que se
sigan haciendo corridas pero que no se cobre entrada. Entonces, les aseguro,
que ya no tendrían razón de ser los antitaurinos porque las corridas
desaparecerían. Como todo, la fiesta de los toros es un negocio muy lucrativo,
como dice Herrera. Que torturen al toro es lo de menos.