domingo, 15 de abril de 2018

UN GILIPOLLAS QUE SE CREÍA DIOS

Hoy en el festival de cine de Málaga le dan un premio a Pedro Olea por su película Flor de otoño. Yo estoy tumbado en la cama escuchando la noticia y tengo ganas de llorar y gritar al mismo tiempo. Bueno, no sé si se pueden hacer las dos cosas a la vez. Pero lo haría si pudiera. ¿Y saben por qué? Que pregunta más absurda, no lo pueden saber nunca porque no están dentro de  mi coco. Se lo cuento. Pedro Olea me eligió a mí para uno de los papeles principales. El protagonista era José Sacristán y sus dos amigos del alma: el actor Paco Algora y yo. Pero yo había firmado una película con Pedro Masó titulada La Coquito. Ángel Jordán, mi representante, habló con Masó para explicarle que podía hacer las dos películas, pero no lo convenció de ninguna de las maneras. Al final hubiera podido hacer la película con Olea porque la de Masó se retraso dos meses. Por cierto, la de Masó es una mierda de película. Además, en el primer día que yo entré en acción tuve un enfrentamiento con Masó, un déspota donde los haya.
          El día anterior me había ido de juerga, como solía hacer normalmente, y no me había estudiado los diálogos de la escena. Recuerdo que era en una antigua cafetería de detrás de los apartamentos Princesa de Madrid. Se habían convocado unos cien extras. Masó estaba histérico dando voces a todo el mundo, sobre todo al ayudante de dirección. Entonces se montó mi escena. Yo entraba corriendo en la cafetería para decirle a la protagonista que habían detenido a su novio. El diálogo era en la escalera de la cafetería. Ella se lo supo a la perfección, pero yo no. Y el director se dio cuenta y se acercó a mí gritándome. Me llegaba al pecho. Yo, muy serio le dije: no hace falta que me grites, te oigo perfectamente. Masó se dio la vuelta y se fue.
          El rodaje duró cinco semanas de las cuales nunca más me dirigió la palabra. Cuando quería decirme algo lo hacía a través de su ayudante de dirección.
          Unos veinte años después lo encontré en el hall del hotel Son Vida de Mallorca rodando no sé que con Lina Morgan. Yo creía que no me dirigiría la palabra, pero me equivoqué. Cuando me vio hizo un escándalo de lo alegre que se puso al verme. La verdad, me satisfizo porque me sentía culpable de lo que hice. Me porté mal con él, que me había dado mi primer papel importante en el cine. Una oportunidad. Además cobraba nada más y nada menos que ciento cincuenta mil pesetas a la semana. Una fortuna en aquel tiempo. No, no estuvo bien presentarme en el set sin saberme el papel. Me creía un dios y no era más que un gilipollas guaperas, pero gilipollas.
          Si me hubiera portado bien con Masó me hubiera cansado de hacer cine con él porque le caía bien. Aún recuerdo cuando entre en su despacho. Se puso a gritar que yo era el mismísimo personaje que él buscaba.
          El día anterior me había pasado por la cafetería Dorín, donde se reunían los actores que no tenían trabajo y algún otro que sí lo tenía. Me senté en una mesa con otros actores jóvenes, y si mal no recuerdo (no se me quedan los nombres) un actor de aquellos llamado Antonio Rico, dijo que Pedro Masó buscaba a un pijo para un papel importante. Yo tenía la cita con Masó a las cinco del día siguiente.
          Me presenté en su despacho de un pijo que daba asco. Por supuesto que me dio el papel. Espero que Masó esté donde esté me disculpe por lo desagradecido que fui.
          Porque hay que pensar una cosa que es muy significativa en mi personalidad. Hacía como un año que estaba en Madrid haciendo de extra y papeles de frase y la oportunidad de Masó fue fantástica. Pues bien, cualquier otro actor de mi edad y desconocido, se habría presentado a rodar con el papel perfectamente sabido. Yo me presenté sin saberme el papel y con resaca. El primer papel importante de mi vida y me presento sin sabérmelo. ¿No quería ser actor? ¿O qué coño quería ser? Creo que ni siquiera yo sabía lo que quería ser. ¿O me importaba todo un huevo? Vivir en pensiones, en casas de amigos, en pisos cochambrosos, en el aeropuerto, incluso algunas noches en un albergue, y luego me dan un papel importante, y me voy de juerga en lugar de estudiar. Algo iba mal en mi cerebro, es evidente.
          Quizá si hubiera hecho uno de los amigos de Sacristán en Flor de otoño mi carrera profesional habría ido de otra manera. El actor que me sustituyó nunca ha hecho nada y no sé si aún se dedica a la interpretación. Pero a mí sí que me habría pasado. Nunca me he tomado nada en serio. Seguro que si hubiera trabajado con Olea tampoco me habría sabido el papel.