El día anterior me había ido de juerga, como solía hacer
normalmente, y no me había estudiado los diálogos de la escena. Recuerdo que
era en una antigua cafetería de detrás de los apartamentos Princesa de Madrid.
Se habían convocado unos cien extras. Masó estaba histérico dando voces a todo
el mundo, sobre todo al ayudante de dirección. Entonces se montó mi escena. Yo
entraba corriendo en la cafetería para decirle a la protagonista que habían
detenido a su novio. El diálogo era en la escalera de la cafetería. Ella se lo
supo a la perfección, pero yo no. Y el director se dio cuenta y se acercó a mí
gritándome. Me llegaba al pecho. Yo, muy serio le dije: no hace falta que me
grites, te oigo perfectamente. Masó se dio la vuelta y se fue.
El rodaje duró cinco semanas de las cuales nunca más me
dirigió la palabra. Cuando quería decirme algo lo hacía a través de su ayudante
de dirección.
Unos veinte años después lo encontré en el hall del hotel
Son Vida de Mallorca rodando no sé que con Lina Morgan. Yo creía que no me
dirigiría la palabra, pero me equivoqué. Cuando me vio hizo un escándalo de lo
alegre que se puso al verme. La verdad, me satisfizo porque me sentía culpable
de lo que hice. Me porté mal con él, que me había dado mi primer papel
importante en el cine. Una oportunidad. Además cobraba nada más y nada menos
que ciento cincuenta mil pesetas a la semana. Una fortuna en aquel tiempo. No,
no estuvo bien presentarme en el set sin saberme el papel. Me creía un dios y
no era más que un gilipollas guaperas, pero gilipollas.
Si me hubiera portado bien con Masó me hubiera cansado de
hacer cine con él porque le caía bien. Aún recuerdo cuando entre en su
despacho. Se puso a gritar que yo era el mismísimo personaje que él buscaba.
El día anterior me había pasado por la cafetería Dorín,
donde se reunían los actores que no tenían trabajo y algún otro que sí lo
tenía. Me senté en una mesa con otros actores jóvenes, y si mal no recuerdo (no
se me quedan los nombres) un actor de aquellos llamado Antonio Rico, dijo que
Pedro Masó buscaba a un pijo para un papel importante. Yo tenía la cita con
Masó a las cinco del día siguiente.
Me presenté en su despacho de un pijo que daba asco. Por
supuesto que me dio el papel. Espero que Masó esté donde esté me disculpe por
lo desagradecido que fui.
Porque hay que pensar una cosa que es muy significativa en
mi personalidad. Hacía como un año que estaba en Madrid haciendo de extra y
papeles de frase y la oportunidad de Masó fue fantástica. Pues bien, cualquier
otro actor de mi edad y desconocido, se habría presentado a rodar con el papel
perfectamente sabido. Yo me presenté sin saberme el papel y con resaca. El
primer papel importante de mi vida y me presento sin sabérmelo. ¿No quería ser
actor? ¿O qué coño quería ser? Creo que ni siquiera yo sabía lo que quería ser.
¿O me importaba todo un huevo? Vivir en pensiones, en casas de amigos, en pisos
cochambrosos, en el aeropuerto, incluso algunas noches en un albergue, y luego
me dan un papel importante, y me voy de juerga en lugar de estudiar. Algo iba
mal en mi cerebro, es evidente.
Quizá si hubiera hecho uno de los amigos de Sacristán en Flor de otoño mi carrera profesional
habría ido de otra manera. El actor que me sustituyó nunca ha hecho nada y no
sé si aún se dedica a la interpretación. Pero a mí sí que me habría pasado. Nunca me he tomado nada en serio. Seguro que si hubiera trabajado con Olea tampoco me habría sabido el papel.