El pasado domingo nos fuimos
a comer a la casa de unos amigos en Llucmajor, y justo en el desvió a la
derecha para entrar en el estrecho camino que lleva a su casa, me encontré con
esta maravilla, máximo exponente de la gestión política con respecto a la
limpieza de la isla. Pero eso no fue lo peor. Lo peor fue que un turista metido
en un coche de alquiler le hizo una fotografía. Yo, muy amable, le pregunté si
me dejaba fotografiarlo a él tirando la foto a la basura, y me dijo que no
sonriendo y se fue escapado. A lo mejor dentro de unos días vemos la foto en la
portada de algún periódico alemán o inglés. En fin, una vergüenza. No sé en qué
emplearán el tiempo los funcionarios del Ayuntamiento de Llucmajor, pero les
aseguro que en tener limpio su municipio no. Porque hay que tenerlos bien
grandes (mujer o hombre) para permitir esta estampa de una isla donde su mayor
ingreso es el turismo. Aún recuerdo los años que estuvieron pasando los
carritos con caballos por el centro neurálgico del Barrio Chino sin que nadie
hiciera nada. O el libro más vendido (y se sigue vendiendo) de la historia de
Mallorca: Un invierno en Mallorca, donde
la ilustre George Sand nos calificaba de cerdos. Basta decir que en mi calle
hace una semana que se han llevado los contenedores de basura y aún no las han
repuesto. Todos los vecinos tenemos que recorrer unos setenta metros para tirar
nuestras bolsas. ¡Cómo somos los mallorquines! A la señora Armengol le preocupa
que Catalunya recuperé su lugar y le da igual que se amontone la basura en
nuestra isla. ¿Realmente nos importa lo que digan de nosotros? Es evidente que
no.
Acrílico sobre madera de Martín Garrido