Mi querido y entrañable amigo Francisco Pizá se ha ido al Cielo, pero seguro que lo ha hecho con una sonrisa en los labios. Porque desde que diagnosticaron cáncer nunca dejó de sonreír y de repetir que de esta iba a salir. Se equivocó, aunque no del todo, porque el nunca estuvo enfermo ni bajó la guardia, como le encanta al hijoputa del cáncer. Lo digo porque yo lo veía casi cada día en la calle de los Olmos, y de vez en cuando hacíamos una comida en su casa con algunos amigos. Porque Francisco se hacía querer a la fuerza, no te quedaba más remedio que apreciarlo por muy cretino que fueras. Además, era un auténtico placer escucharlo hablar ya que tenía mucha cultura, sobre todo en el tema psicológico. Y decía cosas muy significativas, e inteligentes, como por ejemplo que en esta isla había demasiados pintores mediocres y que la cultura en general siempre había sido maltratada por políticos ineptos y por nacionalistas. Esto es un pueblo, Martín, me decía, y si yo fuera joven me largaría echando leches, aquí está todo perdido. Francisco era inteligente pero, sobre todo, un auténtico caballero que nació con clase. Para los de arriba será un auténtico placer recibirlo y charlar con él hasta la eternidad.