Cuando yo era joven no me
interesaba la política para nada. Sabía que había un dictador dirigiendo el
país y una policía muy cabrona con la que tenías que ir alerta. Tampoco leía
periódicos pero sí libros, que es diferente. La mayoría de los que fuimos
jóvenes en los años 60 y 70 éramos prácticamente unos incultos que estudiábamos
francés en el colegio. Pero los que tuvimos la suerte de nacer en Mallorca se
añadieron las suecas a esa ignorancia. Seguíamos con ella pero follábamos más
que cualquier joven de la península, menos los de las costas. O sea que los
mallorquines y peninsulares que vivían en la isla de la calma tenían el tema
del sexo resuelto. Pero de repente uno se va a Madrid o Barcelona a buscarse la
vida creyendo que todo el monte es orégano y se encuentra con unos señores
vestido de gris que se dedican a pegar con unas porras a la gente, tirar bombas
de humo y pelotas de goma que duelen que te cagas, y a veces tiros al aire. De
la soleada Mallorca, de las suecas y de las playas, a correr por Gran vía o por
el Rastro delante de los grises. Pero lo peor no es correr delante de ellos, lo
peor es correr sin motivo alguno. Porque tú eres actor y has venido a Madrid a
trabajar de ello y te importa un huevo la política. Pero eso no se lo puedes
explicar a los grises. Cuando estalla el caos solo tienes dos opciones: correr
o esconderte donde puedas y esperar a que pase todo. No existe la posibilidad
de diálogo. Yo me escondido debajo de un puesto en El Rastro, en un portal, debajo
de un camión, en un comercio, en un parque, etcétera. Yendo una vez con Manuel
Maciá (compañero en este periódico), que había venido a Madrid por alguna razón
que no recuerdo, nos sorprendió una de esas carreras de los grises en la Plaza
España. En nuestra huída fuimos hacia la cuesta de Santo Domingo pero giramos
antes a la izquierda saliendo a una pequeña plaza. Pero en nuestra huída a
ninguna parte a Manolo le alcanzó una pelota de goma en la pantorrilla que le
hizo saltar en el aire. Nos metimos en un portal y esperamos media hora para
asomar la cabeza. El moratón que le provocó, además de mucho dolor, la pelota
de goma a Manolo asustaba. El moratón negro estuvo varías semanas en irse del
todo. Así era el día a día de la democracia de la transición en la capital de
España, las de los Franco, esos malnacidos que no quieren que se saque al
abuelo del Valle de los Caídos. Porque que nadie se engañé, la transición fue
una farsa de los franquistas y del Rey.
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