Siempre, en
todas las catástrofes hay gente que gana. Está comprobado. Y en esta catástrofe
que nos asola, ya hay muchos empresarios listos que se están forrando. Pero así
es una pequeña y despreciable parte del ser humano (gracias a Dios) que siempre
estará ahí, como corresponde a las hienas. Esta parte putrefacta de la sociedad
nunca son fontaneros, enfermeras, electricistas o peluqueras, sino empresarios
con mucho dinero que no les importa nada. Ni siquiera los ancianos/as que están
muriendo. Porque realmente el gran drama humano de esta pandemia son las
personas mayores. Esas que estuvieron puteadas en la guerra, o pasaron hambre
en la posguerra, o perdieron su libertad con Franco. Ese enano dictador con voz
aflautada al que su familia defiende tanto. Esos que vivieron el crack de 2008,
en el que Rajoy salvó a los bancos y no a ellos, que tuvieron que sacar a
familias adelante con sus modestas o míseras pensiones. Mira por donde ahora
nos vamos a quitar de encima muchos gastos, piensan muchos en este país. Porque
al fin y al cabo un anciano más o menos, tampoco es tanto. Ellos ya han vivido
lo que tenía que vivir. Ni siquiera son material de reciclaje. No sirven para
nada excepto ocasionar gasto al Gobierno. Mis padres ya no están conmigo. A los
dos los ví morir sin dolor, en paz y tranquilidad. No me imagino que hubieran
muerto por el coronavirus en una habitación entubados y solos. No puedo ni
imaginármelo, en cambio es lo que está sucediendo cada día. Espero que Dios,
cuando los reciba, les de lo que se merecen.
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