No pongo en duda que nuestra
Seguridad Social sea la mejor del mundo, visto lo visto. La verdad, tenemos
mucha suerte. Pero otra cosa son los médicos, que desgraciadamente no son
dioses, y son como cualquier hijo de vecino. Por ejemplo, una joven doctora de
S.S. que operó a un amigo mío y le hizo una chapuza. Mi amigo, gracias a ella,
lleva un tubito metido en el pito y conectado a una bolsa desde hace seis
meses. Entre infección e infección está desesperado. Los de la S.S. se dieron
cuenta de la cagada de la joven doctora y pusieron otro médico a mi amigo. Este
otro médico le dice que tienen que operarlo, y que la operación durará sobre
unas cuatro horas, y que hay el sesenta por ciento de que salga bien. Mi amigo,
desesperado, alterado al borde de un ataque de nervios, ha optado por la
medicina privada, porque, entre otras cosas, tiene bastante dinero. Dentro de
una semana vendrá un equipo de médicos de Barcelona a operarlo en Palma con el
noventa por ciento de posibilidades de que todo salga bien. La cifra de lo que
le cuesta a mi amigo la operación ni la digo para no asustar. Hasta aquí bien
(es un decir), pero ahora supongamos que mi amigo no tuviera un duro, que es
mileurista, que vive al día, ¿qué pasaría? ¿Se quedaría el resto de su vida con
el tubito en el pito entre infección e infección o se arriesgaría a dejarse
operara otra vez por la S.S.? ¿Por qué normalmente los seres humanos no estamos
a la altura de las circunstancias? ¿Esa joven doctora que se equivocó con mi
amigo seguirá operando impunemente en la S. S.? Otro amigo, que hace un año
falleció, era el director de radiología de Son Dureta y, un día, desayunando en
la cafetería del hospital me dijo: “Si supiera la gente la cantidad de enfermos
que mueren por equivocaciones médicas, quemarían Son Dureta.”.
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