Dicen que la casa de uno es
el reflejo de su personalidad. Pues si Palma es el reflejo del mallorquín,
vamos arreglados. Hasta los alemanes dicen que Palma es una puta. Y ellos lo
dicen con conocimiento de causa ya que media Mallorca es suya. Pues sí, visto
lo visto, los mallorquines nos vendemos al mejor postor. Ya en los tiempos del foners nos vendíamos a los romanos por
vino y mujeres. O sea, que nos viene de atrás eso de vendernos. Ahora le ha
tocado el Bar Cristal donde mi abuelo iba a tomar café, mi padre martini, yo
cuba-libres y mi hijo refrescos. Ahora en su lugar tendremos una franquicia,
que si es de ropa, serán prendas hechas a miles de kilómetros de aquí por niños
de diez añitos. ¿Y que no es bonito esto?, como decimos los mallorquines.
¡Claro que es bonito! Los mallorquines no tenemos personalidad, ¿para qué coño
queremos el bar Cristal en la plaza España (pronto plaça Espardenya) si podemos
tener a Zara o algo similar? El mallorquín no sale a tomar cafés ni copas ni hablar
con los amigos en los bares como hacen los forasteros en la periferia de la
ciudad. Palma es otra cosa, faltaría más. Lo que tendrían que hacer los
lumbreras del ayuntamiento, que no son más tontos porque no se entrenan, es
cerrar completamente el centro de la ciudad al tráfico y sacar todo pequeño
comercio, pequeños bares, farmacias, panaderías, todo lo que oliera a barrio, a
amistad, a acercamiento, etcétera. Todo lo que no fueran franquicias y
convertirlo en un gran centro comercial de franquicias, valga la redundancia.
Eso es lo que habría que hacer. Y dejarse de chorradas con el Bar Cristal, que
les va a dar una pasta a sus propietarios, que antes de ganar un poco menos
llegando a un acuerdo con los actuales inquilinos, han preferido pactar con una
franquicia. Y es lo que toca: hay que tener mucho dinero para llegar a la
cumbre de la miseria para que cuando caigan hagan mucho ruido.
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