Yo he llamado gilipollas a
Francis Franco a la cara sin que me pasara nada. Fue en uno de los semáforos de
la Plaza España de Madrid a finales de los 80. Era por la tarde y yo iba a
verme con mi amigo José Luis de la Cruz, que tenía el despacho en el edificio
que hacía esquina con Princesa. Fui a cruzar el semáforo que estaba en verde
para los peatones, cuando un BMW surgió a toda leche y cruzó el semáforo en
rojo casi atropellándome. Me faltó un pelo para que me pisara los pies. Francis
tuvo que frenar de golpe para no estrellarse contra otro coche que venía de
Gran Vía. Y como era verano, el nieto del dictador llevaba el cristal de la
ventanilla bajada. Todo cabreado me acerque al coche y le insulté en la cara.
Él, que me imagino que iba hasta el culo de algo, estaba riendo junto con su
acompañante. Se meaban de la risa. Metió la marcha atrás, hizo un brusco giro,
y se fue a toda velocidad por la calle Princesa. Puedo asegurar que era el
mismísimo nieto del dictador con más pelo. Ahora, un montón de años después, es
absuelto de un delito de tráfico por falta de pruebas, cuando dos guardias
civiles lo acusan de intentar atropellarlos y de conducir en dirección
contraria y con las luces apagadas de noche. Yo hago lo mismo, y seguro que estaría
escribiendo estas líneas desde la celda de una cárcel. ¿Quién dice que el
franquismo terminó con la transición? ¡Bendita justicia española!
Ella da como miedo y él como repelús, ¿no?
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