El otro día acompañé a mi amigo Gabriel para que hiciera unas fotos a una casa. El motivo era que se le había estropeado el coche. El lugar era una futura urbanización de lujo en construcción. Cada chalé de tamaño no muy grande, se va a vender por 900 mil euros. Casi todos ya estaban vendidos a extranjeros. En total, después de haberlos contado, había 13. Pero esa no es la cuestión; la cuestión es que eran las 12 del mediodía y caía un sol a plomo. Yo aparque el coche en el único aparcamiento que había. Lo hubiera aparcado en una sombra, pero aunque parezca mentira, no había ni 1. Estábamos en plena montaña sin árboles. Yo tuve que esperarlo dentro del coche con las 4 puertas cerradas y el aire acondicionado a tope. Desde estaba yo veía a los albañiles trabajar. Debían ser veinte o treinta, no lo sé. Todos ellos con casco amarillo, la mayoría eran negros, quizá vi a unos 10 blancos. Entonces, mirando el espectáculo pensé en el abandono escolar en España. Uno de los más altos de Europa. Y se me ocurrió que en los colegios, en lugar de llevarlos al cine a ver películas de violencia, podrían traerlos aquí en autocar a las 12 del mediodía para que vieran el espectáculo de los obreros trabajando bajo un sol asesino. Y cuando los alumnos estuvieran mirando alucinados el profesor/a debería explicarles que si no estudian tienen muchas posibilidades de sustituir a uno de esos trabajadores. No creo que sea mala idea.
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