No se puede empezar mejor un libro de poesía que con esta frase. Hay poemas que quedan y otro que pasan como la brisa de verano para no volver más. Los del poeta Penas quedan. ¿Por qué? Porque Penas ha creado un mundo con sus poemas y sus pensamientos atípicos e inconformistas, pero llenos de un amor escondido, que él tiene a muy buen recaudo y que muestra poco a poco. Su realismo descarnado no tiene límites en mostrar el alma humana consiguiendo que el lector se emocione; cosa muy difícil en esta época de anodinos que nos ha tocado vivir. Carlos Penas es un hombre de su tiempo, comprometido y violento defendiendo sus ideas progresistas y liberales. Podríamos decir que es un rebelde con causa que va por la vida pintando su interior en telas o papeles y escribiendo poemas desgarradores y profundos, y aparentemente superficiales a veces. Dentro de este contexto sociológico fundamental tan bien documentado en sus propias experiencias, que no son pocas y si variadas, Penas tiene un sabor amargo de desengaño que se contempla en sus poemas. Pero es normal en los auténticos poetas. No hay poeta del todo feliz, leí en algún sitio. Y yo lo creo, porque el poeta es como el confesor de las tristezas humanas, que aparte de confesar, como hacen los curas, convierte las penas y alegrías en poesía. Penas es un escuchador de historias, una especie de receptor al que no se le escapa nada y que tiene el suficiente talento en convertirlo todo en pinturas y en versos. Él reflexiona sobre la complejidad de las relaciones y sobre lo difícil que es el amor simple y sencillo y tan difícil de encontrar. Pero él sigue escribiendo poemas posibles e imposibles, de lo que le rodea y de lo que le atormenta. Porque Penas es un poeta atormentado e incomprendido por él mismo. Los demás le dan igual. Sí, sabe que están ahí, pero no le preocupan demasiado. Y eso se ve en su poesía: lo importante es crear, no para quién. Carlos Penas es un poeta difícil de catalogar, y la única razón que se me ocurre, es porque es incatologable.
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